Yo, si fuera Dios (que lo soy) e inspirase a alguien la escritura de una serie de libros, construiría una obra de arte sublime, un texto poético, sin errores en la construcción ni en la estructura. Algo así como dicen los musulmanes que es el Corán (aseguran que la mayor prueba de que el Corán es un texto inspirado por Alá es que es una obra de arte sublime y nadie puede crear ni siquiera una sura que se acerque a la belleza y perfección coránica-no es coña-). Vamos, si yo fuera Dios, la Biblia sería un poema de Neruda o de Benedetti, con la sabiduría de Rabindranath Tagore y el gancho de Harry Potter o El Señor de los Anillos. Lo que no sería es, desde luego, semejante tostón infumable y sin sentido.
Si yo fuera Dios, lo que no inspiraría, sin duda, es un revoltijo de textos de dudosa calidad literaria y plagados de gran cantidad de errores desde el punto de vista biológico (el Levítico prohíbe comer rumiantes como ¡la liebre! o aves como el murciélago, ahí es nada), científico, histórico (¿603.500 varones judíos con sus mujeres, hijos y ganado salen de Egipto y no encontramos crónicas oficiales del suceso?) y un largo etcétera.